Las casas en el árbol y los veranos Huckleberry Finn
El verano se acerca y no puedo ocultar mis ganas de jardín. El año pasado inauguré sección #quierounjardínpinterest donde os iba contando como poco a poco aquel trozo de tierra salvaje que compramos hace años y que se ganó a pulso el nombre de «Vietnam», fue dejando de ser una selva salvaje para acercarse cada vez más a lo que mi marido y yo teníamos en la cabeza cuando nos adentramos en esa aventura de «comprar una casita en el campo».
Gracias a ese jardín no del todo Pinterest, pero sí lo suficiente para cumplir algunos de mis sueños tontos como tener una pérgola de glicinias, cine de verano o un árbol ducha 🙂 mis hijas han tenido una infancia mucho más «salvaje» que la que hubiesen tenido viviendo en la ciudad todo el año. Mi hija mayor se ganó el apodo de Mowgli por ir descalza siempre, y la pequeña aprendió enseguida a escalar a los árboles para espanto de las visitas «Tu hija está subida a un árbol muy muy alto» :-), «ya, es que así se comunica con la finca de los vecinos…» y salvo algún pinchado en los pies, no hemos tenido mayores daños colaterales.
Yo, que me crié literalmente en el monte, porque mis padres eran (y son) montañeros (Celtas), tengo claro que la naturaleza es algo imprescindible para los niños. No hace falta un jardín, yo fui muy feliz en la montaña, durmiendo en refugios y en campings, en sitios tan espectaculares como el monte Aloya o la playa de Limens. Dormir en los refugios de montaña ya era estupendo, pero lo era aún más fabricarse una cabaña o encontrarla entre unas rocas. En cada uno de los montes, enseguida encontrábamos un sitio al que «conquistar» como «propio». Por eso una de las cosas que siempre tuve en mente al tener un jardín fue construir una «Casa del árbol», pero por unas razones y otras nunca la llegamos a empezar, sobre todo porque en medio se cruzaban otros proyectos igual de apasionantes como el arenero jurásico o la casita de las niñas.
Este verano será el primero de los diez últimos que no vamos a ir a nuestro jardín, pero sin duda este será el próximo proyecto cuando volvamos a disfrutarlo. Ayer navegando por Pinterest, encontré mil ideas para casitas monísimas, prefabricadas, en kits ideales de colores pastel que puedes colocar tu mismo. Y aunque son una buena idea si tienes en mente un jardín en plan Wisteria Lane, yo no puedo evitar enamorarme de las casas más destartaladas, más rurales, las que evocan paisajes dignos de Tom Sawer, las que se nota que han sido construidas con madera de palets, con troncos y con mucha imaginación.
Me rechiflan las que son simplemente plataformas donde los niños pueden subir y buscar su propio mundo, los niños siempre necesitan espacios propios, llevar sus cosas, «amueblarlos», una merienda en cualquier curruncho es siempre un buen plan, o ¿quien no ha hecho una merendola de media noche de acampada??
Yo creo que con mi fobia al bicherío en general, va a ser una de estas por las que nos decantemos. Esta, de la foto de abajo, por ejemplo, para mí es perfecta, simple y llena de posibilidades:
Me parecen sitios ideales para que los niños trepen, jueguen, inventen mundos, una casita puede ser un refugio, un fuerte, un barco pirata o una isla desierta. Y es que el verano es el momento perfecto para que los niños puedan desarrollar ese lado más salvaje que el invierno les niega, el verano es para los Huckleberry Finn, para los jóvenes castores o para el club de los cinco :-). Dejémosles que se dediquen a explorar y experimentar, da igual que sea en una casa en un árbol, en un fuerte de arena en la playa, una cabaña en el monte o en una hecha con mantas de picnic el Retiro. Porque después de un curso encorsetado de horarios y extraescolares; la naturaleza y la ausencia de planes, igual que las bicicletas, son para el verano y ya no queda nada!!
(Pincha en las fotos para ver su procedencia)