La ballena de trapo que quería ser hipster
Jenaro era una ballena y quería ser moderna. Más que moderna, lo que de verdad quería era ser hipster.
Desde que vio aquella pandilla de chavales que tomaban el sol y charlaban con botellines de cerveza en la mano sobre la cubierta de una lancha no había dejado de darle vueltas.
No era la ropa que vestían ni la música que escuchaban ni el borsalino con el que uno de ellos se protegía del sol. Era algo que tenía todos esos elementos pero abarcaba más y no era capaz de darle forma. Sabía que había algo que hacía que aquella escena fuese elegante. Puede parecer un adjetivo curioso para describir una escena, pero era lo que le venía a Jenaro cada vez que la recreaba. Como cuando se está gestando una idea o un pensamiento pero si piensas conscientemente sobre ella o él se te escapa, o como cuando tienes una palabra en la punta de la lengua y su imagen baila delante de tí y mientras tú eres incapaz de ponerle nombre. Esa sensación. Ese ruido tan molesto que perseguía a Jenaro y no le dejaba pensar en otra cosa desde entonces.
Él quería tener una escena como esa. No físicamente porque sabía de sobra que si intentaba auparse a la embarcación, uno la hundiría con sólo poner una aleta sobre ella y dos en el improbable caso de que la lancha aguantase su peso, no sabría de qué hablar con aquellos muchachos. ¿Que le gustaba la fiesta que se habían montado? ¿Que no había probado esa marca de cerveza pero cualquier cosa que estuviese helada vendría bien en un día de sol como aquel?. Por favor. Lo que Jenaro quería era desplazarse por el océano igual que hacían aquellos chicos, con esa seguridad en sí mismos y en que todo a su alrededor estaba bien porque ellos estaban bien. Jenaro quería esa sensación.
Y un día, de repente, lo supo. Vio la pieza que faltaba para completar su propia escena. Tenía que convertirse en hipster.
Pensó en dejarse barba y bigote como mandan los cánones pero le picaba tanto que no aguantaba más de un día sin afeitarse. Tenía la cara roja de tanto rascarse y así las cosas empeoraban porque cuanto más se arrascaba más picaba o al revés, pero no había forma de dejarse crecer pelos en la cara. Esto que puede parecer una nimiedad estaba matando a Jenaro. Tan cerca que estaba y tan fácil que era. Hasta que dejó de autocompadecerse, analizó las posibilidades que tenía y se hizo un mostacho con unas algas.
A las sirenas les pareció que quedaba muy guapo y después de que él les contase de dónde había salido su inspiración se ofrecieron voluntarias para hacerle unas gafas con corales de colores.
Cuando lo vieron con ellas puestas decieron que dejarían de seducir a los marineros y a los pescadores y se acercarían más a la costa para contemplar ellas mismas a los barbudos con gafas.
¿Qué os ha parecido la historia de Jenaro? Espero que os haya gustado. Y si algun@ quiere tener el suyo propio con gafas y mostacho incluidos, recordad que podéis mandarme un mail.
¡Feliz día bajo cero!