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El cuento de Caperucita Roja en 3 camisetas

¡Hola y bienvenid@! Estrenamos mes después de pasar un mayo movidito con avería de pc incluida que derivó en unas vacaciones forzosas e inesperadas.

Pasé un mono de publicar malo, malo pero la parte positiva es que he tenido tiempo de hacer muchas cosas, como estas camisetas personalizadas con una tela de Caperucita Roja que me enamoró nada más verla:

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Cuando aún pensaba que lo del ordenador iba a ser cuestión de horas, te adelantaba en Instagram que iba a contarte el cuento de Caperucita Roja, pero no el que estamos acostumbrados a oir, sino otro más divertido y en verso de Roald Dahl que está incluido en su libro «Cuentos en verso para niños perversos» (2009) y que encontré aquí.

Te lo recomiendo independientemente de la edad que tengas porque te vas a reir leyendo las versiones de los cuentos clásicos que bien podría contarte un niño de hoy en día. Te aseguro que lo de perversos viene muy al caso.

Caperucita Roja de Roald Dahl
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Estando una mañana haciendo el bobo
le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,
así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
—¿Puedo pasar, Señora?, —preguntó.
La pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando:
—¡Este me come de un bocado!.
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.
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Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
—Sigo teniendo un hambre aterradora…
¡Tendré que merendarme otra señora!.
Y, al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
—¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!”
-que así llamaba al Bosque la alimaña,
creyéndose en Brasil y no en España-.
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Y porque no se viera su fiereza,
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
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Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: —¿Cómo estás, abuela mía?
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Por cierto, ¡Me impresionan tus orejas!.
—Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas.
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—¡Abuelita, qué ojos tan grandes tienes!”.
—Claro, hijita,
son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista,
—dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente.
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De repente
Caperucita dijo: —¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!”.
El Lobo, estupefacto, dijo: —¡Un cuerno!
O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!
¿Me estás tomando el pelo…?
Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa”.
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Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revólver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y -¡Pam!- allí cayó la buena pieza.
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Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque…
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¡Pobrecita!
¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?

Pues nada menos que un sobrepelliz
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo.

¿Te ha gustado esta versión del cuento? ¿La conocías?

¡Pasa una buena tarde! ¡Yo estoy feliz de estar de nuevo por aquí!

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